Jueves 7/09, desde el avión a Santa Marta

En la caótica Manaos, nos busco en el aeropuerto Hugo, un couchsourfer que yo había contactado días antes, asegurándome, como único requisito, que hablase español. Nos llevó a su casa advirtiendo de las escasas comodidades, lo que francamente, solo eran mentiras. La casa nos esperaba con una habitación con dos camas ya preparadas y baño privado, llegamos tarde y sin hambre, pero nuestro anfitrión nos invitó unas cervezas en el balcón de su casa que miraba la profundidad de la selva amazónica. Además, y solo por mencionar, la casa era todo lujo, incluyendo una piscina preciosa y limpia compartida con un solo vecino que por si fuera poco, nos regaló algo de yerba que tenía guardada.

Temprano, a la mañana siguiente, fuimos al puerto a comprar nuestros pasajes del barco, las hamacas, mosquiteros, y alguna que otra cosa para el viaje. En efecto esta fue una de las ciudades más caóticas, desordenadas y sucias que haya conocido, compartiendo el podio con La Paz, Bolivia y Ciudad del Este, Paraguay. Volvimos a la casa temprano para descansar y relajar, sabiendo que extrañaríamos la comodidad de un colchón, una ducha decente, y la variedad de comida a disposición.

El miércoles, día de embarque, amanecí lleno de ansia pero a la vez con tranquilidad. Fuimos al puerto bien temprano con la idea de elegir buenos lugares, francamente, un pensamiento infantil, pero bueno, en fin. Durante la mañana, ya desde el barco, notamos que nos habían faltado algunas cosas, y fui hasta el mercado; alguien menciono de paso, que había una yerba que no era taaan mala como la que se acostumbra tomar en Brasil, y así fue, lejos de parecer correntina, era bastante safable y medianamente económica.

El barco, constaba de tres pisos, abajo del todo, desde cuya puerta se podía tocar el agua, era la zona de cargas, al estilo deposito, y donde mas fuerte se oía el sonido del motor. También funcionaba allí la cocina ubicada justo debajo del comedor y comunicados por montacargas.
En el segundo nivel, se encontraban de proa a popa, primero la cabina del capitán, después los camarotes, y luego el gran espacio central donde todos colgábamos nuestras hamacas, contaba con tres bancos de madera a los lados, y todo alrededor era abierto, no con ventanas, directamente al aire, sin paredes. Al final de este salón central, ya contra la popa, estaba el comedor de un lado, y los baños y las duchas del otro, en el medio los lavamanos y un dispenser de agua potable bien helada. Todo hermoso y bastante bien diseñado en cuanto a accesibilidad y practicidad. Los baños, para mi sorpresa, eran muy cómodos y todas las noches les hacían limpieza profunda, y las duchas, eran geniales, solo de agua fría pero en un espacio que literalmente parecía un horno, la sensación era genial, hasta el momento de cerrar el agua, secarse y vestirse, en el que generalmente volvía a transpirarme íntegro.
El nivel superior, tenía unos camarotes más casi en la proa, pero justo en el extremo, un banco que hacia de mirador y sin lugar a dudas, uno de mis lugares favoritos de toda la embarcación. Más atrás, un bar tipo cantina, con algunas golosinas también, y un pequeño espacio más techado, de ahí, la mitad del barco, hacia atrás, todo descubierto para mirar las estrellas toda la noche.

Del paisaje, no puedo contar mucho, es digno de verse pero no se si puede ser contado, podría intentarlo pero francamente no tengo la capacidad de captar en palabras aquel singular espectáculo natural que solo de verlo pasar sobre las amuras, te abre la mente.

Las comidas eran deliciosas los primeros días y horribles los últimos, pero el menú nunca cambió, arroz con porotos y fideos al almuerzo y cena que eran por demás muy cercanos y temprano, el primero al mediodía y el segundo a las 16:30 horas, y listo, hasta el día siguiente nada. El desayuno, solo constaba de café con leche y pan de pancho, y unas galletitas húmedas que solo probé eventualmente pero siempre con su correspondiente arrepentimiento posterior.
Pese a la imagen que estas palabras pueden dar, el viaje me encanto, incluyendo este aspecto.

El último día, Miércoles otra vez, amanecí medio molesto tras una noche fatal, fue la única mala noche, que además de ser la más fría, sin saberlo, yo estaba incubando una gripe o enfermedad amazónica sin identificar que me torturo por varios días.

La llegada a Leticia fue caótica. Un puerto antes de Tabatinga, donde presuntamente terminaría nuestro recorrido, la Rusa no aguanto mas y me invitó a salir de allí en una lancha rápida, que nos llevaría a destino en 40 minutos, contra muchas horas más que demoraríamos en el barco. No accedí de entrada por la falta de dinero, pero entre mi mal estado febril, y la insistencia de “préstamo” termine aceptando. Llegamos a puerto pasado el mediodía, y con todo el calor y humedad selváticos, caminamos unas 20 cuadras en subida, cargados y al ritmo extremadamente acelerado de la Rusa. Mi presión arterial cayó al suelo mientras mi fiebre llegaba a las nubes, pero por algún motivo no parábamos. Una vez en la policía federal del Brasil, para hacer nuestra salida legal del país, descanse un momento, lo que solo hizo que me sintiera peor. Quiero agregar esta nota de color que me hubiera dejado helado de no ser por mi estado de salud contradictorio, con todo este panorama le solicite a la oficial que nos atendió, si podía convidarme un vaso con agua explicándole mi situación, pero sorprendentemente me lo negó. Abran notado que no suelo redactar críticas en este diario, pero jamás había escuchado que en ningún lugar del mundo se niegue el agua (habiéndola potable y disponible) y menos aún en caso de una persona descompensada. Atónito y enojado como hacía años no estaba, continuamos viaje hasta el Aeropuerto de Leticia para intentar volar a Bogotá. Pero para la hora que llegamos, ya no había ningún vuelo, y tras más insistencias de préstamo, fuimos a un Hostel a descansar.

Mientras la Rusa salió a recorrer, yo aproveche para desvariar y alucinar por la fiebre, y entre tanto y tanto, reconectarme con el mundo tras más de una semana sin internet.
Varias duchas frías, vómitos y demás, más tarde, ya me sentía un poco mejor y dormí. A la mañana siguiente amanecí con dolor de garganta y congestión, que más tarde se transformaron en dolor de todo el cuerpo y más tarde aun, fiebre nuevamente. Pese a esto, bien utilicé el día en primer lugar para resolver mi viaje del día siguiente, y de segundo para pasear y recorrer la zona un poco, hermoso todo cuanto pude apreciar. Sobre la noche fuimos a cenar de despedida y más tarde volvió a estallar la fiebre, malestar general todo el día, pero por suerte dormí bastante bien.

A la mañana siguiente, tras desayunar, me despedi por ultima vez de la Rusa con fuerte abrazo y me fui rumbo aeropuerto.

Cómo solicito la aerolínea, llegue dos horas antes, mas media hora extra más, para hacer los trámites migratorios que por cierto, casi me salen mal, con todo y multa por haber tardado más de 24 horas en ingresar a Colombia desde mi partida de Brasil. “Me extraña que no lo sepa viendo en su pasaporte que ha viajado, en cualquier lugar del mundo la salida de un país y la entrada al otro se hacen en el momento” me dijo irónicamente la funcionaria colombiana, a lo que yo, cansado, acalorado y molesto respondí “en todas los países del mundo las fronteras son inmediatas también, no a 100 km una de la otra” demostrando en pocas palabras que no era el día correcto para romperme las pelotas, lo que la señorita entendió rápidamente y nuevamente con su sonrisa irónica, sello mi pasaporte diciendo que cualquier colega suyo me hubiera multado. Con idéntica ironía agradecí y me fui a despachar mi equipaje, el día había empezado difícil pero no tenia porque oscurecer, yo aun me encontraba optimista.

Ni bien entregue mi mochila en la aerolínea aún dos horas antes del vuelo, me informaron que mi vuelo traía “por lo menos” tres horas de demora. En total más de 5 horas estuve en aquel horno de aeropuerto sin aire acondicionado ni ventiladores, sin internet, sin nada a menos 20 kilómetros a la redonda, y repleto de gente de dos vuelos demorados. Mi fiebre aprovechó que yo estaba aún optimista para empezar a subir lentamente, mezclándose con la sensación del clima. Cuando finalmente me senté en mi butaca del avión, y respire el aire gélido acondicionado, para el cual mi abrigo no era suficiente, fue cuando empecé a estornudar, y comenzaron las nauseas. Y una vez en el aire, también demoramos, a causa de las excesivas turbulencias que tuvimos que atravesar, y que se ocuparon de revolver bien mi desayuno y almuerzo de cafetería de aeropuerto.

Llegué a Bogotá y conseguí internet, pero en un par de minutos me quede sin batería, recorrí todo el aeropuerto hasta encontrar un enchufe, solo para darme cuenta que mi cargador no podría conectarse sin un adaptador a la exótica ficha local. Cada vez más verde, seguí caminando hasta conseguir en un café, que con consumición obligatoria, me prestasen un cargador nacional, un enchufe y wifii. Por algún extraño motivo, probablemente a causa de que mis neuronas estaban friéndose debido a mis temperaturas, creí que sería buena idea comer un sándwich con café para sentirme mejor.

Cuando logré comunicarme con mi contacto para pasar la noche, partí de inmediato a tomar un colectivo. El frío era extremo, al menos a mi percepción alterada, y la lluvia no ayudaba, pero una vez en el transporte, la falta de aire y la pésima forma de conducir del chofer, llevaron las náuseas a un nuevo nivel, y ya sin aguantar más, llegamos a la estación de transbordo donde no pude hacer mas que vomitar. De pronto el aire frío era muy agradable y me sentía como en un limbo febril. En el segundo colectivo, volví poco a poco a sentirme mal, y cuando sentí que ya no soportaba mas, llegué. Justo en frente de la parada, un centro médico. Dude un instante aunque sabia que seria costoso, pero ya con miedo de tener algún virus del tipo fiebre amarilla, dengue, malaria o quién sabe qué porquería amazónica, y justo antes de decidirme a cruzar, me llamó una señora por mi nombre. Era la dueña de la casa que había contactado para hacer noche.

Lentamente, caminando bajo la lluvia aquella quincena de cuadras con la amable señora, me fui sintiendo mejor, y al llegar, dos hermosas gatas tricolor me recibieron en mi habitación. "Voy a recostarme un momento porque no estoy muy bien" le dije a la señora, y me desperté al día siguiente, todo mojado en sudor, con una gata en el pecho que aparentemente me había curado. Avergonzado desperté a la señora y me disculpe, ya era la hora de mi vuelo, pero ella me respondió que no me hiciera problema, y que se alegraba de que ya me sintiera mejor. Llegue al aeropuerto cuando mi nombre sonaba en los altavoces como "última llamada para..." pero aun así exigí que se despache mi equipaje pues ya lo había pagado. Y dos horas después, ya estaba en Santa Marta.


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