Martes 28/08, escrito en Manaos

22 días pasaron desde que escribí en este diario. 22 días y mucho más que 22 historias...

Salimos a dedo de Zárate a Entre Ríos, bastante rápido el primer trecho, pero después quedamos varados varias horas..
En este periodo perdí mi teléfono, imagino que en uno de los camiones.
El siguiente en levantarnos, nos llevó directo a Puerto Alegre, dejando atrás nuestros planes de visitar amigos, familia, conocer las cataratas, el Moconá, y fundamentalmente, comprar yerba.
Pese a mi reflexión anterior sobre el frío, esa noche la pasamos mal por su causa. Y contando las monedas, decidimos tomar un vuelo directo al calor.

Durante estos días mi estado anímico no fue el mejor, como consecuencia de mi paso y despedida de aquella ciudad del pecado que tantas veces me había tentado y marcado, pero poco a poco, fui cerrando la herida, dejando a la vida avanzar.

Llegamos de noche a Salvador de Bahía, ya transpirando bajo la opresión del equipaje excesivo, buscamos lo más parecido a una zona turística para intentar conseguir Hostels. En cambio, conseguimos un hotel de mala muerte atendido por sus propias plagas, aunque debo admitir, con una muy buena ubicación.

Ni en el restaurante de la cena, ni en el húmedo alojamiento conseguimos conectividad, y yo además sin teléfono y con un proceso emocional complejo, bueno, no necesito decir que no fueron mis dos días favoritos. Eso sin mencionar el idioma incomprensible y gritado a toda velocidad, que me hacían sentir en una especie de vacío comunicacional.

Al día siguiente, cada vez con menos efectivo y menos ánimo, decidimos de una vez ir al Morro de San Pablo, ubicado en una isla justo en frente de la Bahía. El viaje no fue barato ni corto, pero ya empezó a descubrir la magia que encerraría nuestra aventura.
Después del catamarán, tomamos un colectivo que hizo las veces de cuna para ambos, y desde su terminal, nos embarcamos en una bellísima lancha rápida hasta nuestro destino "final".

Sin dar muchas vueltas llegamos a un Hostel de Argentinos, en busca de voluntariar o al menos de un vaso de agua y wifii.
Primero lo segundo, nos dijo el dueño que estaban completos pero que usemos internet lo que necesitemos, y mientras buscábamos opciones, seguimos charlando con él, hasta que se decidió por ofrecernos los puestos de mantenimiento.

Este lugar, si parecia el paraíso. Las playas, calientes y transparentes, parecían de un sueño. Aunque recién después de dos días, de adaptarme al ritmo de trabajo, comencé a estabilizar mis emociones.
Todo el equipo de trabajo, así como los huéspedes e incluso los dueños, eran geniales. No tardé en hacer más de una amistad, y al cabo de unos días, llegó la Rusa, quien sería mi próxima compañera de ruta, aunque aún no lo sabíamos ninguno.

Con el paso de los días, la luna terminó su vaciado y comenzó a llenarse de nuevo, cosas mágicas pasaban cada momento, desde una fiesta en la arena hasta el amanecer, hasta una Jam abierta en medio de la selva, en un escenario construido con bambúes del lugar, en la que yo mismo termine tocando las congas más de una vez.

Por aquellos días apareció en el Hostel Sara, una Gallega con la que sentí alguna conexión desde el primer instante y que día a día se incrementó. Y compartimos muchas de las noches más mágicas de aquel paraíso, durmiendo en la arena o bajo la lluvia.
Como todo romance de viajeros, siempre supimos que terminara, de hecho ella misma ya tenía su pasaje de partida, precisamente para el mismo día que yo terminaría yéndome de la isla también. Más felices que nunca, pero con alguna esperanza poco oculta, de volvernos a ver, pronto.

Todo, ni el amor le faltó a aquella isla. Cerca de la plenitud lunar, la Rusa decidió partir, y mientras buscaba pasajes medio alterada, la invite a mi próximo viaje, cuyo destino había decidido pero su fecha no, a la inversa que ella. "Me hace falta un compañero de aventuras en un viaje a través del amazonas" le dije, y entonces sus ojos brillaron. Ambos habíamos individualmente oído hablar maravillas de este recorrido en barco por el río, atravesando una de las 7 maravillas del mundo natural. En su caso, le encantaba la idea igual que a mi, pero no se animaba a hacerlo sola.
Automáticamente empezamos a investigar desde nuestros respectivos dispositivos, y a cada instante estábamos más decididos, era tarde, así que aprovechamos a consultarlo con el inconsciente de los sueños, y a la mañana siguiente, cerramos el trato.

De ahí en más, cada día fue más mágico aún, mejores playas, mejores fiestas, mejores charlas y cada vez mejores datos sobre nuestro próximo viaje.

La luna termino por llenarse en nuestro último día en el Morro, cada uno en despedidas por su cuenta, con su gente, nos ocupamos de quedarnos bien convencidos, que en algún momento, juntos o por separado, volveríamos.

El viaje a Manaos, la capital comercial de todo el norte del Brasil, desde donde comenzaría el viaje en barco, fue muy lindo, lleno de ansias y risas, y repleto de transbordos, con un total de diez vehículos distintos en un solo día, incluyendo diferentes embarcaciones, colectivos, trenes, autos y aviones.. Pero finalmente llegamos.

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