Martes 16/10, desde San Basilio de Palenque

Pasadas un par de semanas, finalmente partí rumbo a Cartagena, aunque el rumbo cambio obre si mismo y nunca llegue allí..

El primer día fue bastante completo.
Cuando baje de mi segundo colectivo en la rotonda de acceso al aeropuerto de Santa Marta, las nubes de la mañana ya se habían volado y brillaba un sol sofocante.
De ahí, camine unos cuatro kilómetros hasta el lugar idóneo para hacer dedo, que no por casualidad coincidió con el límite de mis hombros y columna de soportar mi mochila.

Al cabo de una hora aproximadamente, me levanto un señor en su auto que ya llevaba un pasajero del mismo carácter. El conductor era uribista y el copiloto antiuribisra, y bueno, solo para completar el cuadro, el que escribe, anarquista. Aún con algunos toques violentos, la conversación fue muy entretenida, a tal punto que nuestro chofer olvido esquivar uno de lo cientos de pozos que decoraban el pavimento y rompimos un amortiguador. Entre el ruido, averiguar de donde venía y sin éxito, intentar arreglarlo, perdimos varias horas, pero el sol todavía quemaba fuerte.
Aún así, para Barranquilla quedaban todavía 40 minutos, que a media marcha, a causa del incidente mecánico, se transformaron en hora y media. Mientras tanto, el cielo se fue emplomando de a poco y de un momento a otro comenzó a lloviznar. Cruzando el mítico Magdalena, la llovizna se hizo lluvia y pocos metros después me llego el momento de abandonar mi transporte. Tan pronto puse un pie en tierra barranquillera, la lluvia se volvió aguacero, y en pocos minutos, diluvio.

El siguiente paso era caminar unos cuantos kilómetros hasta la salida de la ciudad, pero todo se inmundo, el agua cruzaba de vereda a vereda y casi me cubría las rodillas, aunque nada le costaba superar ese nivel con el violento oleaje causado por los camiones que pasaban. Y del cielo, baldazos de agua sin parar. Cuando llegue a Malambo, el primer pueblo inmediato, comenzó a despejarse el cielo lentamente, y mientras busque el mejor sitio para hacer dedo, el sol volvió a quemar, aunque sólo duró el día, una hora más.
Mientras esa hora pasaba y nada más pasaba, sentí en un momento dos ojos penetrantes desde la otra orilla de la ruta, cuando lo descubrí se lanzó hacia mi de la forma más suicida posible, atravesando el camino sin dudarlo, hasta sentarse en mi alpargata. Era un gatito negro que entero entraba sentado en mi mano. Lo apodé Tinto y justo freno un camión, en él, padre e hijo iban sólo hasta aquel pueblo, pero se ofrecieron a llevarnos hasta un peaje para que tuviéramos más oportunidad, me dieron unos pesos y nos desearon suerte.
En ese peaje, se hicieron las 10 de la noche, y conocí a Joel, un puestero que me ofreció agua y una cama si la necesitaba, y a María, una joven transexual venezolana que trabajaba en la ruta, y que después de charlar un rato fue a pedirle al personal del peaje que me consiguieran el viaje. Tinto, decidió quedarse con Joel que tenía otros gatos de su edad, y en poco más, me avisaron desde uno de los puntos de cobro, que me suba en un colectivo que estaba pasando. Éste me llevo de onda hasta un pueblo llamado Suan, y de puro abuso a mi suerte, decidí seguir. En menos de una hora, frenó un camión que transportaba unos rollos gigantes de varilla de hierro para construcción, dentro de uno de los cuales, llegue hasta Carreto.

De hecho, le había pedido al chofer que me llevara hasta Calamar, que era el último punto de mi mapa, pero al pasar por ahí, ambos lo olvidamos. Cuando me di cuenta, ya habían pasado varios kilómetros y el camión iba cada vez peor, más rápido y más a los saltos. Eran ya más de 23:30 Y no sabía cual sería el próximo pueblo, pero cuando noté que bajaba la velocidad, me prepare para bajar y cuando casi se detuvo por completo al llegar a un cruce en que además había algunos comedores de ruta, me asomé por el borde e hice señas con la linterna al conductor y me baje. Con tanta suerte que de esa intersección el camión dobló a la derecha, y Palenque era a la izquierda aunque yo aún, no lo sabía.
Pedí baño y agua al único vendedor que quedaba despierto, y nos pusimos a charlar, finalmente, me ofreció un espacio para dormir.
Al día siguiente desperté a las 5 con el murmullo de los primeros camiones que pasaban, me invito el vendedor un desayuno y antes de las 6 ya estaba en un auto camino a Palenque, que era demasiado cerca.

Desde la entrada en la ruta comencé a caminar, cansado y cargado. Una de las moto taxi que abundaban, me pregunto si quería que me lleve, a lo que como siempre respondí que no tenía dinero, pero el insistió diciendo que era muy lejos; aunque mi respuesta no cambio, su propuesta si, me dijo que igual tenía que entrar hasta el pueblo así que me llevaba gratis si quería.
Durante el viaje me pregunto donde pensaba dormir, a lo que respondí de nuevo que no tenía dinero, y riendo le dije que Dios me proveería. Me llevo a lo de unos amigos de el, que me recibieron en su casa, y cada día me ofrecieron su comida. Era una familia de 5 venezolanos recién llegados y en una situación de pobreza económica muy fuerte, pero por suerte, ricos en todo lo demás. Alberto tenía sobre la vereda una peluquería improvisada, donde además arreglaba electrodomésticos y hacia también de zapatero. María, su esposa, cocinaba en el patio en una lata y a la leña, la comida más rica que yo hubiera probado en meses.
En la vereda de enfrente de la casa, estaba la plaza principal del pueblo, y a partir de esa misma noche, el escenario para el festival.

Pasé bastantes horas del día charlando en la "peluquería" con los clientes que venían por un corte o una afeitada, y esa fue mi puerta de ingreso al mundo palenquero.


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