Lunes 6/08, escrito en el tren a Zárate

Una nueva aventura, un nuevo viaje, un nuevo país.
Esta vez no dejo atrás solo una patria con la que se supone deba sentirme identificado por el solo hecho de haber nacido entre sus fronteras. No dejo atrás nada más que una ciudad, con la que compartí tantos momentos, tantas historias y tantos sueños.
Esta vez, lo que dejo atrás, es mucho más.
Dejo de hecho, una etapa, un capítulo de vida.

Esa mañana fue reflexiva, un colectivo y dos trenes. Largas charlas de viejos romances, gastadas cicatrices y nuevas esperanzas.
La promesa de un nuevo mundo siempre es alentadora. Logro comprender de repente, el sentir de antiguos aventureros, de descubrir nuevos horizontes. Pero siento también, no el vacío, pero sí un hueco, algún dejo nostálgico de abandonar lo conocido. De dejar atrás un pasado, y brindarme al futuro de alas abiertas.

Resumiendo mis emociones, le dije a mi compañero "disfruta bien de este frío, grabarlo en tu piel, quizá sea el último que sientas". Y con eso cesó la conversación un par de horas.
Cada uno se sumió en sus recuerdos, en su propia despedida de la ciudad, que tantos años nos sirvió de puerto y paso. Del país que nos vio crecer y nos nutrió de sueños y herramientas.

Me permití esa mañana, sentado en el viejo y deteriorado vagón de uno de los trenes, mientras veía salir el sol tras las coloridas bolsas de un basural cuyas latas comenzaban a brillar ya con los primeros rayos del alba, comprender la belleza del todo. Aceptar la perfección de la existencia, aún en los detalles más imperfectos en apariencia, todo es exacto y como debe ser, y en esa situación, de sensibilidad exaltada a causa del viaje, me permití sentirlo y sencillamente agradecer.

Al acercarnos al final del recorrido del tren, dónde comenzaría después el "dedo", me sacó mi compañero de mi reflexión diciéndome con una gran sonrisa "Decile adiós a Buenos Aires".

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