Martes 11/09, desde el Hostel Casa Land en Taganga

Llegue con mucha emoción de sentir de nuevo el calor en la piel. Desde el colectivo del aeropuerto al centro, se podía ver un hermoso, extenso y cálido mar. Pelícanos flotando a la espera de su pesca, y árboles de banana al costado de la ruta. Parecía el lugar que había estado esperando.

Por algún motivo, traía una expectativa muy alta sobre este lugar, y una sensación mezclada con esperanza de que fuera mi lugar quizá, definitivo. Pero poco tardó en desmoronarse la idea. La ciudad era de por sí fea, pero no como otras, de abundante y repleta, sino de pobre y destruida. Calles quebradas y sin pavimentar, basura volando por todos lados y mucho caos. Normalmente esto no me molestaría, de hecho esperaría sentirme cómodo en un ambiente más humilde, pero todo esto distaba en demasía de la imagen que había proyectado en mi mente, y como saben, no existe nada mas dañino, que una expectativa alta. Contento y aun con esperanza, tome el segundo colectivo para salir de Santa Marta e ir a Taganga, un prometedor pueblo pesquero donde pasaría al menos un mes como voluntario, y ojala, trabajando. Pero el panorama no mejoró en lo más mínimo.

De dos voluntariados me habían aceptado, pero uno solo era por 15 días, por lo que acepte el otro. Bastante alejado de la playa y en un barrio particularmente feo dentro de lo feo del pueblo, encontré mi Hostel. Ni buenos días ni nada, me mostraron la hedionda habitación sin terminar donde dormían los voluntarios y me dijeron que esperase por ahí mientras me daban mis primeras tareas. Nada conforme, espere unos minutos y salí con la excusa de comprar una fruta.

Para los que no estén familiarizados con el sistema de voluntariado, paso a comentar. Cada lugar pone sus propias reglas, ellos dicen lo que ofrecen, y lo que piden a cambio, así, hay de todo. Lo más habitual, y por ende lo más similar a una norma, es una cama en habitación compartida del hostel, el desayuno, y el acceso a las instalaciones como cualquier otro huésped. Eventualmente puede incluirse algún otro servicio o descuentos especiales por ejemplo en lavandería. A cambio, siguiendo esta pseudo norma, se piden de cuatro a seis horas de trabajo, normalmente en tareas rotativas del establecimiento que suelen rondar entre mantenimiento, limpieza, jardinería, y en el mejor de los casos, recepción.

En el caso de este Hostel, en el que rápidamente decidí no quedarme, el trabajo era de limpieza y mantenimiento cuatro horas, seis días semanales, no incluía desayuno ni ningún otro beneficio, y lo que de hecho, no suelo tolerar, el espacio donde estaban las camas de los voluntarios no era una habitación común del hostel, sino una apartada, sin ninguna comodidad, baño sin terminar, techo y paredes del cuarto también sin terminar, ni aire ni ventiladores y un espantoso olor a humedad mezclado con perro mojado. Para mi el hecho de que la habitación sea una “normal” del hostel, es decir, valida también para huéspedes, es lo que le da valor al trabajo, y en cambio, recluirnos a los voluntarios en una mazmorra en las sombras, es más parecido a esclavitud. Marca una diferencia que no admito entre voluntario y huésped, ya que justamente, es lo que pretendo como voluntario, ser huésped, con la única diferencia de pagar con mi trabajo en lugar de hacerlo con dinero.

El día anterior me habían vuelto a escribir del otro Hostel diciendo que era una pena que no me sirvieran los 15 días, y que si me interesaba más tiempo, podía volver el mes próximo, ya que mi perfil les había gustado. Así que aquel día, sin avisar y sin dudar, me presente en la recepción de ese mismo establecimiento. "Solo vine a presentarme" le dije a la dueña, y tuvimos una charla de solo unas cuatro horas. El lugar era hermoso, y como voluntario, tenía acceso a cualquier habitación, con aire, y naturalmente a disponer de todas las instalaciones a mi gusto, además, tres comidas al día y lavandería. El trabajo era solamente recepción, pero ocho horas por cinco días. Durante la charla, la convencí de que me acepte esos primeros 15 días, y luego ver cómo seguiría todo para intentar quedarme más tiempo, y ella aceptó.

Con el paso de los días, mi moral pasó por una breve depresión de la decepción que el paraíso imaginado me había dejado, en una de las playas más sucias del continente. Y poco a poco, mi moral se fue reestructurando en el ánimo de empezar a soñar un próximo destino.


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