Medellín Vol.1

Arribe en la ciudad de la eterna primavera, directo en la estación terminal del norte, conectada al centro y al resto del núcleo urbano por el maravilloso Metro. Pero aunque estuviera a solo un pasaje de cualquier punto de aquella metrópoli, aun no sabía adónde ir. 
Había pasado el mediodía. Todos mis contactos de posibles hospedajes, incluyendo un voluntariado ya confirmado, se habían ido con mi celular, así como también, mi último efectivo. Por lo que solo pude apelar a la renombrada bondad antioqueña.

Pregunte a un guardia donde podía encontrar un ciber y resumiendo la situación pedí por donación una hora de internet, para buscar soluciones. Escribí a todos los Host de Couchsourfing que pude, y a todos los voluntariados que encontré vigentes. Mientras esperaba respuestas, entre a mi face y envié mensaje a todos los hostels que encontré, pidiendo también voluntariado. Nunca logre perder la calma y la confianza en mi suerte, pero debo admitir que la ansiedad se hizo presente.
Finalmente, el tiempo se acabó sin recibir respuesta de ningún lado. Yo sabía bien que para ello no había nada más fundamental que el tiempo, así que busque un espacio tranquilo para poder centrarme y hacer frente a mis ansias. Deje pasar una hora antes de volver a pedir internet, y en efecto, cuando lo hice, ya había recibido una respuesta de un Couch incluyendo su número de teléfono e indicaciones de cómo llegar a su casa.

Metro y colectivo más tarde, llegue a la localidad de Envigado, ubicada al sur de la ciudad y en un barrio marginal de mil escaleras, encontré la casa de Malena. Se trataba de una argentina viajera y música, medianamente humilde económicamente hablando, pero con un ego tan grande, que aplastaba todo a su alrededor. Según sus palabras, ella era una excelente saxofonista y clarinetista que ganaba fortunas con la música, y así también, el resto de su discurso era tan agobiante como contradictorio con su realidad, pero aun así, desde luego, yo estaba muy agradecido. Por la noche me presto su tablet y encontré en face una respuesta de un voluntariado, para una entrevista al día siguiente. 

Cerca del mediodía, ya no soportaba a la dueña de casa, y le mentí que ya me habían confirmado en el hostel, arme mi mochila y me despedí con gratitud y desesperación a la vez. En pleno centro de la ciudad de Medellín, me esperaba en la recepción del Raíz Hostel, Diana, una de sus dueñas, y luego de una breve conversación me mostro mi habitación. En principio le había parecido abrupto que fuera a la “entrevista” ya con todo mi equipaje, pero enseguida entendió mi situación y resulto por demás cordial.
Conocí a algunos huéspedes, empleados y voluntarios, y la mayoría me hablo mal del otro argentino que allí voluntariaba, Ariel, pero por algún motivo, cuando lo vi llegar a última hora, decidí darle el beneficio de la duda y acercarme a charlar. No solo me resulto agradable, sino muy generoso y amigable. Me invito a cenar ahí mismo, y resulto ser, que él trabajaba en un restaurante de mozo, por lo que la conversa giro casi ciento por ciento en torno al oficio.
Al día siguiente, decidí descansar un par de días antes de empezar a buscar trabajo, para poder deshinchar mis pies del viaje y sanar las heridas de los dedos por el calzado y la caminata. Solo salí a hacer un par de compras con plata prestada para comer un par de días, y aprovechando las cuadras pregunte por empleo en un par de restaurantes que me dijeron que si, pero que volviera en unos días. Al llegar de nuevo al hostel, me dijeron en recepción que Ariel me había llamado, para que fuera a su trabajo a una entrevista esa misma noche. Al día siguiente, ya estaba trabajando en otro restaurante del mismo dueño.

Hasta que llego el nuevo mes, permanecí en su local de comida hindú en plena zona turística, pero con el cambio de quincena, cambie también de locación, e hicimos enroque laboral con Ariel, quedando yo en el resto-bar del centro donde me habían entrevistado. A solo diez cuadras del hostal y mucho más relajado. Se trataba de un antiguo bar patrimonial de la ciudad, reconstruido en restaurante italiano y con ansias de lanzar cocteleria y cafetería Premium. Ahí entre en el juego yo, y saque a relucir mis viejos saberes en aquellas artes. Esa misma tarde, di a probar a mi nuevo jefe, tres cocteles de diseño que había armado durante el mediodía para la nueva carta, arregle la máquina de café y recalibre el molino para darle a degustar también un café hecho según la norma. Nada de esto lo digo por alardear, sino más bien para intentar plasmar la sensación que se llevó el dueño del bar esa noche.

Me sentía como pez en el agua, y para terminar esta secuencia de eventos fortuitos, en la primera semana de Noviembre, llego Sara, la Gallega que había conocido en Morro, con la cual, olvide contarles, nos habíamos cruzado solo por una noche en Taganga antes de mi partida. Esta vez, tampoco habría mucho tiempo para compartir, ya que solo se pudo quedar cuatro días, y entre mis dos trabajos quedaban pocas horas sueltas. Aun así, fue mágico como siempre, y prometimos mutuamente la próxima vez, encontrarnos unos cuantos días más, en Ecuador, con la esperanza quizá, de recorrerlo juntos.


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